RELATOS INSPIRADOS DE UNA IMAGEN (pareja)


Relatos inspirados en esta imagen. 




 Un nuevo amanecer  


Cada velada, juntos en el sofá, compartían sus trabajos y sueños.
El relajado y cansado. Ella expectante y orgullosa.
Destinados a construir su mundo, la palabra unía sus vidas y reforzaba sus esperanzas.
Sin embargo aquella noche era especial. El joven había regresado de su corta estancia en el extranjero, para perfeccionar sus estudios.
Al abrazarlo en el rellano de la casa, la madre sintió una extraña sensación desconocida hasta entonces. Su hijo, al que había criado sola, bajaba sutilmente la mirada.

Mientras su hijo se reencontraba con su habitación, la madre preparaba la cena, recordando las llamadas diarias de su hijo describiendo las grandes avenidas de su nueva ciudad, los magníficos monumentos, las dificultades de un idioma que iba perfeccionando, el contacto con gente diferente, el aprendizaje en la profesión que había escogido…
No obstante los progresos de su hijo recompensaban su ausencia.
Ahora, él estaba allí junto a ella. Como siempre.
Sentados en el sofá la madre indagaba con preguntas la experiencia vivía. Sin embargo, el hijo, con los ojos entornados, parecía algo ausente. Ya no acariciaba una a una las perlas del collar, sino las abandonaba una tras otra.
Después de un silencio, el joven acierta a despegar los labios para anunciar la llegada de una persona, la próxima madrugada.
La madre se sobresalta, se incorpora, le interroga sobre la identidad de la persona desconocida. La respuesta es escueta: mañana.
La noche se hace larga, mientras la luz de las farolas se cuela por las rendijas de las persianas, iluminando las viejas fotografías personales expuestas sobre la mesita de noche.
Tras un breve desayuno se trasladan al aeropuerto. Entre la multitud se detiene una muchacha rubia de cara sonrosada. El joven la señala con la mirada encendida.
La madre desciende la suya, humedecida. Al instante sus ojos se deslizan de la joven a su hijo. Brotan una sonrisa y unas lágrimas.




 Se miraban 

Se miraban con ternura mientras hablaban de su futuro, su carrera, su trabajo…
Se contemplaban con ilusión y cariño, reprimiendo el llanto ante la cercana despedida.
Pero su ausencia iba a ser breve, interrumpida con cortas visitas, hasta finalizar la carrera y su estancia en Paris.
En breve, sus caminos se encontrarían de nuevo.








  El collar de perlas    

Cada tarde, sentados en el sofá, hablando de lo que nos preocupaba, de los proyectos nuevos, de la vida cotidiana… mis dedos se enredaban en tu collar de perlas, jugando. ¡Cómo te gustaban esas perlas…Qué lejana está ahora esa imagen!

Me marché sin darte tiempo a reaccionar.
¡Ya era un hombre, quería vivir! Nuevo trabajo, nueva compañera, una vida que sería mía.
Te quedaste en casa, sola, esperando una visita. Poca cosa para ti. Para mí un tiempo que ya no daba para conversar de lo nuestro. Siempre con prisas: ¿Qué tal? Y adiós.

Ahora que el tiempo ha pasado, ya sólo sonríes cuando te hablo. ¿Me reconoces mama? No te salen las palabras. Me siento a tu lado. Te cuento mis cosas. Vemos antiguas fotografías. A veces vuelvo a jugar con tu collar de perlas. Y tu me sonríes. Me besas.
Estas… pero no estás.




Mercadillo    

¿Cuánto es? . 20 euros. Nos miramos. Parece leerme el pensamiento. Sonríe. Añade: el álbum es de buena piel, y las fotos son estupendas. Le contesto: 15 euros. Acepta. Lo envuelve en unas hojas de periódico. Intercambiamos: yo le doy los billetes y él el álbum de fotos antiguas. Me niego a mirarlo en el mercadillo. En la calle. Busco la reserva de una mesa solitaria en una cafetería, dos calles más abajo. Pido un café y abro el paquete. Paso la mano sobre la piel rojiza de las tapas. Lo abro con curiosidad y expectación.
Sus páginas son de cartulina negra y están cubiertas de fotos en blanco y negro, sujetas con pegatinas transparentes. En la primera página contemplo la foto que me cautivó. Una pareja sentada cómodamente en un sofá. Mirándose cariñosamente. Con confidencia.
Ella aparenta mucho más edad que él. Me pregunto quienes serán. Y con qué posibilidades juego: una pareja, una madre e hijo, una hermana y un hermano, amantes…
El álbum  estaba allí, entre los enseres viejos, o antiguos, puestos en venta, procedentes de hogares desconocidos para mí. Cada pieza tiene su historia. En los mercadillos me gusta preguntarme por sus anteriores propietarios, la razón por la que compraron aquel objeto y la razón por la que, con el tiempo,  terminó en un mercado de segunda mano. Hoy he encontrado este tesoro. Me pregunto por estas personas de la fotografía. Pero también de quien con amor fue pegando las fotografías en el álbum. Observo que también hay pegados billetes de entradas al teatro, algún billete de tren, un trocito de cabello… Me pregunto por ese alguien que ha compuesto el álbum, y en definitiva, el testimonio de su vida. Si ese alguien será ella, o será él. O será alguien diferente. Me pregunto por ese alguien que ha pasado seguramente horas, días, años, contemplado, con amor, con añoranza, esas hojas. Porque el tiempo es inmisericorde y nunca regresa. Me pregunto qué habrá sido de esa persona. Y la razón por la que nadie ha intentado que ese álbum, no se convierta en un simple objeto de mercadillo de segunda mano.
La vida, tan inmisericorde.






 Es el día    

Suena el despertador. David lo detiene con una media sonrisa. Ana se despierta, pregunta la razón por la que suena tan pronto siendo festivo. No importa, suspira y sigue durmiendo. En cambio, David está nervioso. Necesita levantarse. Quitarse de la cabeza aquello que le produce esa ansiedad. Sabe que no lo logrará. Es superior a él. Hoy es el día…
David tiene 28 años, es atractivo, de constitución atlética, carácter reservado y algo inseguro. Por eso necesita repetirse que hoy es el día.
Antes de darse una ducha que lo relaje, descansa sus manos en el lavabo. Se observa en el espejo. Intensamente. Como buscando algo en aquel reflejo.
En tono bajo pero firme, se dice:
-Estoy seguro que es perfecta. Si, seguro que sí. Ya lo verás.
Después de una relajante ducha, se aproxima a Ana. Acercando los labios a su rostro, le susurra muy tiernamente.
-Perezosa, nos levantamos o qué…
La joven se despereza. Le pasa el brazo por detrás del cuello. Lo atrae, a la vez que le da un intenso beso.
-Ya voy, ya… pero antes…
Tras hacer el amor, se duchan juntos, desayunan, se arreglan. Él le pide que se ponga guapa. Que se vista con algo que combine con esos zapatos de tacón, tan elegantes, que se compró la pasada semana.
-Cariño, piensa que te voy a presentar a mi madre, para mí es importante, bueno, para los dos.
-Ya me he dado cuenta… te noto nervioso. No te preocupes, sabré desenvolverme. Y me pondré los zapatos grises que tanto te han gustado.
Suben al coche. Inician el viaje. Él la observa. Si, está perfecta.
Su madre vive cerca. El día es soleado, cálido para ser finales de diciembre.
David conduce pausado, abstraído. Conversan de temas superficiales, hasta llegar al chalet donde vive su madre. Les está esperando en la puerta.  La dama lleva el cabello recogido. Se ve sencilla, pero refinada. De facciones delicadas y mirada cálida.

Descienden del vehículo. David coge a Ana de la mano, se aproximan a su madre.
-Mamá, te presento a Ana.
-Encantada de conocerla Marta – musita la muchacha - tenía mucha ilusión por este encuentro… discúlpeme si estoy un poco nerviosa….
Marta la observa. De arriba abajo. Sin perderse detalle.
-Cariño, no te preocupes. Es normal. Pero pasad. Te enseñaré la casa. David, me dijiste que era guapa, pero no tanto. Ah, por cierto, me encantan tus zapatos.

La mañana trascurrió disfrutando de la casa y el inmenso jardín. Y esperando la llegada del padre, algo que sorprendió a Ana. En ningún momento David había comentado nada sobre él, ni de su presencia aquel día. El hombre resultó ser alto, delgado, de pocas palabras. Apenas si le prestó atención, aunque se mostró afable.
-Encantado de conocerte, tu nombre es… Ana, ¿verdad?
La comida fué deliciosa, aunque las preguntas terminaron por resultar algo incómodas. ¿Fumas? ¿Bebes? ¿Mucho?... y la más curiosa: ¿Tienes o has tenido alguna enfermedad que te pueda avergonzar y por tanto, no has ido al médico?
De repente Ana empezó a sentirse mal. Mareo, vista borrosa, y cierta sensación de ingravidez. Mientras la acomodaban en el sofá, perdió el conocimiento.
Al despertar se encontró dentro de una sala fría, blanca, con mucha luz. Su consciencia no era buena. Tanto que no podía moverse.
-Estoy soñando, se dijo.
Fue entonces cuando la madre de David se le acercó, diciéndole:
-Cariño, no te imaginas el bien que vas a hacer a esta familia. Ya sé que posiblemente seas remisa a entenderlo, como hicieron las demás, pero… cariño, esto es así. Ana, con ayuda de nuestro amigo, en unos minutos vas a entrar en coma profundo. No temas, es uno de los mejores cirujanos que he conocido, no sufrirás… Te extraeremos todos los órganos, para que puedan aprovecharlos otras personas. ¿Te das cuenta del bien que vas a hacer? A Ellos y claro, también a nosotros. Esto nos dará lo suficiente para mantenernos por un tiempo, hasta que nuestro David encuentre otra chica sana y joven como tú. Eres un sol – la besó en la frente – ah, y gracias por los zapatos, en ese color no los tenía, son preciosos, fue todo un detalle por parte de mi querido hijo conseguir una donante con mi mismo número de pie.

Ana no podía creer lo que escuchaba, mientras se dormía sin apenas darse cuenta, como cuando entras en un quirófano para una intervención.
Si bien la diferencia es que, en esta ocasión, ya no volvería a despertar.
Al menos de una pieza.




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