VI COMO EL TREN SE ALEJABA Y EL...


Relatos que empiezan con la frase: Vi como el tren se alejaba y el…      



Desesperanza

Vi como el tren se alejaba y el móvil caía de sus manos.
 Había tardado mucho tiempo en reunir el valor de preparar la maleta y el billete.
Vi cómo el tren se alejaba y con él la ultima oportunidad.
Observó el móvil. Ya no  esperaba ninguna llamada, casi nunca nadie la llamaba.
Vi como el tren se alejaba y cómo llorando recogía el móvil que había quedado solo en el andén... mientras el tren se perdía de su vista.



 El tren 
Vi como el tren se alejaba y el cielo gris se aliaba con mi tristeza.
Partías hacia una vida mejor: nuevo trabajo, nueva ciudad…
En el andén, promesas de un futuro mejor para los dos.
-Estaremos juntos pronto, en cuanto me sitúe – decías – vendrás conmigo.


Cada tarde, paseando, contemplaba en la estación trenes que regresaban, y mujeres y hombres que se encontraban.
 Pero tú no llegabas. 
Yo aquí, trabajando, ahorrando todo lo que puedo para ir a tu encuentro.
Pasa el tiempo, tus noticias me llegan con frecuencia. No estás todo lo bien que esperabas. El trabajo que te prometieron no es el que suponías. 

Los amigos, unos me animan, otros me
                                                                             dicen que me olvide. Y yo… aguanto.
La línea férrea ha cerrado, ya no pasan trenes, no era rentable.

Hoy ha llegado el día. Por fin voy a ir a verte. El autobús me espera.
Vuelvo a oír nuestra canción.
Al partir un beso y una flor, un te quiero, una sonrisa y un adiós…
El sol brilla y la alegría regresa a mi corazón.
El futuro ha llegado. 






Abrazo 


Vi como el tren se alejaba y se adentraba en una cortina de agua, caída del cielo.
En el andén, entre el gentío que despedía a los viajeros cautivos, un niño de corta edad corría, caía, se levantaba, volvía a correr y gritaba: ¡Mamáaaaa!

El último vagón parecía un punto en el horizonte y el niño, abatido, lloraba desconsoladamente. Atrás quedaba su peluche. Un osito con grandes ojos y expresión sonriente. Algunos viajeros se acercaron, y ante el silencio angustioso, se alejaron turbados y presurosos, para recuperar su tiempo perdido. 
Tras unos instantes intensos y estériles, un grito allá a lo lejos, entornó las miradas. "Dani!" 
El niño se adentró con pasos acelerados en la estación, entrelazándose con unos brazos que lo amarraron. Dos rostros humedecidos por lágrimas y lluvia, sonrieron aliviados.






Ausencia 

Vi como el tren se alejaba y el perro tiraba de la correa, intentando seguir a su dueño.
-Cova – dije yo – no tardará en regresar, no te apures.
David se iba por 3 días a Barcelona, por unas entrevistas de trabajo.
Yo cuidaría de su casa y de su perro.
Pero sin él la casa era más silenciosa. Faltaba su calor. 
Pasaron los días, y él regresó regalándonos con un gran abrazo, a mí y a Cova.
Para contarme todas aquellas novedades, que yo ansiaba escuchar.  






 La vida 

Vio como el tren se alejaba y el billete que tenía en la mano no lo iba a necesitar, porque había decidido no acompañarle.
La vida empezaba ahora, sola.
Quería saber si era capaz de mirar al frente, sin miedo. De decidir, sin angustia. 
De equivocarse porque sí. Porque quería aprender y, sobretodo, quería avanzar. 
No necesitaba un billete, ni una palabra de ánimo, ni un consejo, ni una crítica, ni un beso.
Era la vida la que se encontraba al final del andén, como si fuera un punto de fuga, un punto de concurrencia que marcaba dónde acababa. Y estaba allí. Lo veía.
Como una ilusión óptica.

Su intuición la llevó a otro tren. Subió. Era un nuevo viaje que no la ilusionaba, sin embargo, sentía la necesidad de subirse a él. Sería el último trayecto, con un paisaje que conocía, pero del que descubría detalles que nunca antes había observado.
Ahora solo urgía contemplar y sentir. Nutrirse de todo lo que la rodeaba.
La próxima estación estaría cerrada, y ya no quedaban más paradas donde apearse.
El tren iría desacelerándose, hasta llegar al punto de concurrencia…
Y no sería una ilusión óptica.  





 El mendigo 

  
Vi como el tren se alejaba y el mendigo giraba sobre sí mismo, caminando hacia donde afilaba su cuchillo, detrás de la estación, tras los árboles y el matorral que le cubría hasta su altura y se encontraba la roca que le servía para afilar, y atar. Allí nadie podía verle.
Llegado al escondite ató su mochila y se dispuso a afilar su cuchillo. Caviloso, dijo:
-No soy un criminal, si mato es porque me obligan. Antes yo era un señor, con las limosnas que me daban me pude comprar un bonito piso, e irme de vacaciones a Punta Cana, México, Malvinas… Ahora tengo que hacer horas extras, viajar por zonas cercanas para pedir limosna, y con lo que saco sólo tengo para malvivir. Así que no me importa asociarme con quien sea, para asegurarme una vida mejor… aunque tenga que matar para lograrlo… Para conseguir el dinero tengo un plan, muy bien estudiado… He de ir con cuidado, sé que al menor fallo me meterán en la cárcel, más rápido que a Urdangarín… ¡Estoy harto! si voy a servicios sociales no consigo nada, y cada vez que voy a pedir solo consigo que me den, trabajo…
La culpa de mi precaria situación la tienen los mandatarios, que han arruinado a España para enriquecerse ellos. Pero tienen suerte, todo el mundo sabe que roban y nadie los mete en la cárcel. ¡Ay de mi si me pillaran cogiendo una manzana! Me encarcelarían de inmediato… Pero a mí, ¿Quién me obliga a luchar por una vida mejor, tanto que incluso puedo llegar a matar? Si, ¿Quién me obliga? El gobierno… El próximo domingo son las elecciones, quizás me convenga esperar, si, por si alguien cumple algo de lo que promete y, por fin, se arregla España…
El mendigo se sentó en su silla plegable, sacó su botella de vino Faustino y su bocadillo de jamón ibérico.
De momento, se dispuso a comer.



La noche 


Vi como el tren se alejaba y el entorno era tragado por la oscuridad de la noche. Los pocos pasajeros que habían, se alejaron de la estación. De nuevo se hizo el silencio.
Nadie queda. Lógico, hasta mañana a las 7:49h no se detendrá un nuevo tren. Solo unos pocos pasaran raudos, durante toda la noche. No me despiertan, pero los presiento. En mis sueños, en mis desvelos. El que  cruza a las 1:20, el de las 3:12, el de las 4:10. Así hasta 7  trenes. Son los únicos que me hacen compañía. En estas noches solitarias, oscuras, frías. Los trenes y el cielo cubierto de estrellas.
Sueño, febrilmente. 
Recuerdo las noches en mi pueblo. 
Me pregunto sobre mis hermanos, mis amigos, mi padre. Pero sobre todo por mi madre. Mirará ella también estas mismas estrellas y se preguntará por su hijo. Por donde andará. Si habrá conseguido cruzar el desierto y el mar.
Un nudo se aprieta en mi estómago. Sera el hambre. Pero quizás la pena. Pero no, ésta se lleva clavada en el corazón. 
Dejo de moverme, aquí, dentro de este saco de dormir, entre una pared de la caseta de la estación y varios frondosos arbustos que ocultan mi presencia. He escuchado un ruido. Me da pánico recibir una paliza. Aquí solo, entre la nada. Siendo yo nada. Nadie. No sería la primera vez. Pero no, es el viento, que mece unas ramas.

Me llamo Sahid y he llegado de una tierra muy lejana. 
   

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