SENTIMIENTOS
Con este ejercicio tenemos que valorar qué sentimiento te transmite cada relato.
Aire
Avanzo despacio por el pasillo, respiro hondo, empiezo a ahogarme.
Resbalan unas lágrimas por mi rostro, me detengo en la puerta, tomo aire. No puedo entrar, no, otro día más, no. Mis pies se quedan pegados al suelo.
Vuelvo a intentarlo. Cada día queda menos aire en casa. Tengo miedo.
Me seco las lágrimas y con un gran esfuerzo lo consigo. Sonrío y entro en la habitación.
- Buenos días papá.
Está ahí, me mira asombrado y parece que sonríe, pero hace tiempo que se fue.
(sentimiento de melancolía y angustia)
A pasar la mina
Resbalan unas lágrimas por mi rostro, me detengo en la puerta, tomo aire. No puedo entrar, no, otro día más, no. Mis pies se quedan pegados al suelo.
Vuelvo a intentarlo. Cada día queda menos aire en casa. Tengo miedo.
Me seco las lágrimas y con un gran esfuerzo lo consigo. Sonrío y entro en la habitación.
- Buenos días papá.
Está ahí, me mira asombrado y parece que sonríe, pero hace tiempo que se fue.
(sentimiento de melancolía y angustia)
A pasar la mina
Es la primera vez que nos dejan ir solos a dar una vuelta por el pueblo de mi madre. Una ciudad muy pequeña, pero con mucha historia.
Con mi primo Pablo, el mayor, 14
años; Ignacio, el pequeño, 5 años; mi hermano Pau, 10 años y yo, de 8 años,
iniciamos el recorrido.
Nos encontramos con Pepe, un amigo de Pau que nos dice que vayamos a
la Rodadera, y después a pasar la Mina (un túnel de un kilómetro construido para
evitar inundaciones) Allí vamos.
Ignacio se lo pasa en grande en la Rodadera, parece un tobogán gigante, hecho de piedra. Yo le ayudo a subir porque la bajada es rápida.
Nos dirigimos a la Mina, está oscuro. Yo llevo de la mano a Ignacio
que está muerto de miedo. Le digo que no lo soltaré, que esté tranquilo.
Ya estamos por la mitad y Pepe nos dice que hay una piedra que huele a
canela; y yo ignorante, voy a olerla. Me da un golpecito en la cabeza y doy con
mi nariz en el “riñón del moro” que así se llama la roca.
Ignacio, llora. Le digo que no me he hecho daño. Seguimos, ya estamos
en el final y vamos a la Puerta Alta. ¡Buf! Ya hay gente. El miedo me lo he aguantado por Ignacio y para
que los mayores no se rieran de mí.
El hambre y la sed empiezan a rondar, no sólo a mi sino a todos…
En la calle Mayor nos encontramos a la tía Joaquina que nos llena de
besos y nos da dinero para comprar galletas del Príncipe y agua. Ignacio, ya recuperadas las fuerzas, va un poco más rápido, pero no se
suelta de mi mano.
Pasamos la Puerta Baja. Pepe se queda en la tienda de su tía. Cerca de
casa de la abuela vemos un montón de gente reunida en la puerta del tío Pedro. De pronto, oímos “Son ellos, están aquí”. Y empiezan a correr. Nos giramos y no vemos a nadie. Cuando están a nuestra altura empiezan
a abrazarnos y a darnos besos.
Yo no entendía nada hasta que en la hora de la cena el abuelo nos dijo
que no volviéramos a irnos sin decir a dónde.
Habíamos estado cuatro horas “perdidos” y yo sin enterarme.
(sentimiento de ternura)
Lo hice por amor
El amor es esa sensación de estar en el cielo cuando ves a quien amas.
Son esas pulsaciones de más cuando hablas con él, con ella.
Es la mirada tonta que se nos queda al mirarla, al mirarlo.
Son todas esas fantasías de una vida perfecta a su lado.
Es el "todo me recuerda a él, a ella".
Pero también es el miedo del abandono.
Son los celos al verlo, al verla, con otras personas.
Es la tristeza al notarlo, notarla triste.
El amor no distingue de géneros y va transformándose.
Pero el amor no es la excusa.
El amor no es proteger a quien quieres, aislándolo del resto.
Tampoco es humillarlo, humillarla para que se sienta a salvo en tus brazos.
Mucho menos es meterle miedo para que no vuelva a hacer las cosas mal...
Y nunca, nunca, será justificarte con el "lo hice por amor".
Porque nadie hace daño a quien quiere.
El amor es una bella sensación, por eso a nadie le gusta perderla.
A nadie le gusta despedirse de quien estima.
A nadie le gusta recordar a ese alguien y sentirse impotente por no haber hecho algo... más.
El amor es esa sensación que con el paso del tiempo se transforma,
que todos queremos sentir,
aunque al dejarlo te deje un poso de dolor.
(reflexión, amor)
Desconocidos
La muchacha está cansada y ansiosa por llegar. Lleva
más de dos horas conduciendo por una carretera secundaria con demasiadas
curvas, bordeada por un denso bosque que la asfixia. Recientemente ha fallecido su tía. Hacía tiempo que no la veía, pero mantenían
muy buena relación. Su fallecimiento le ha afectado bastante. Ese es el motivo
por el que se encuentra de viaje, ha heredado una casa de campo, aparte de
otras propiedades (que no son pocas).
El viaje no está resultando grato, le ha sorprendido la noche y una tormenta que la tiene atemorizada. La
radio le hace compañía, la música es amena y de vez en cuando dan las noticias. En este
momento están informando sobre unos crímenes ocurridos por la zona, especulan
que se trata de un asesino en serie.
“Pues lo que me falta para rematar el
viajecito” - se dice mientras ve una
gasolinera.
Respira aliviada, reduce la velocidad, se acerca al surtidor de gasolina y detiene el coche. Pega un vistazo a través de la ventanilla, le entra un escalofrío al ver la desvencijada estación de servicio, la oscuridad la envuelve a excepción de un único foco de luz, situado justo encima del surtidor.
La tormenta cada vez es más violenta, empieza a llover, por un momento un rallo ilumina una pequeña casa de madera, se da cuenta que la puerta está entreabierta, toca el clacson un par de veces. Se sobresalta por un nuevo trueno, se va la luz, la lluvia es más intensa si cabe.
Respira aliviada, reduce la velocidad, se acerca al surtidor de gasolina y detiene el coche. Pega un vistazo a través de la ventanilla, le entra un escalofrío al ver la desvencijada estación de servicio, la oscuridad la envuelve a excepción de un único foco de luz, situado justo encima del surtidor.
La tormenta cada vez es más violenta, empieza a llover, por un momento un rallo ilumina una pequeña casa de madera, se da cuenta que la puerta está entreabierta, toca el clacson un par de veces. Se sobresalta por un nuevo trueno, se va la luz, la lluvia es más intensa si cabe.
" Aquí no hay nadie", se dice con aprensión. En el momento que se dispone a arrancar el coche, sale de la casa un hombre que la
enfoca con una linterna, con brusquedad
le pregunta que "cuanta", sin atreverse a
bajar la ventanilla le indica que 30 euros.
La muchacha no se pierde detalle. “No lleva chubasquero, se va a calar” piensa
mientras por el retrovisor ve como el
hombre pone la gasolina al mismo tiempo que tiene la mirada fija en el interior del coche. De repente, muy
bruscamente, gira la cabeza hacia ella.
No puede verle la cara pero sabe que la está mirando, fijamente, a continuación
le indica que baje la ventanilla. Por instinto coge su bolso y se lo acerca, disimuladamente comprueba que tiene la
llave en el contacto, por si tiene que salir pitando de allí.
-Señorita, no le puedo cobrar en efectivo, por el corte de
luz la caja se ha bloqueado, venga conmigo y le cobraré con tarjeta.
La muchacha se
estremece, no sabe qué hacer, quiere
irse, ya, duda, pero sale y acercando el
bolso contra su cuerpo lo sigue bajo un lluvia de mil demonios.
Entran, el hombre enfoca hacia
una pequeña mesa donde aparte de un montón de papeles, está la caja. Se queda
paralizada de puro miedo. No puede ni gritar, nota como todo su cuerpo se pone
a la defensiva al ver que la caja está
entreabierta.
El hombre se dirige hacia ella, la aparta con violencia y con un movimiento brusco cierra la puerta, cayéndosele la linterna. En el momento que él intenta recogerla del suelo, la joven abre la puerta y sale corriendo hacia el coche. Resbala y cae. Quiere gritar pero no puede. Está aterrada. Se levanta, corre de nuevo sin atreverse a mirar atrás, hasta alcanzar el vehículo y entrar. Con movimientos torpes pone el seguro. El hombre la alcanza y golpea la ventana. La muchacha grita, enloquecida.
El hombre se dirige hacia ella, la aparta con violencia y con un movimiento brusco cierra la puerta, cayéndosele la linterna. En el momento que él intenta recogerla del suelo, la joven abre la puerta y sale corriendo hacia el coche. Resbala y cae. Quiere gritar pero no puede. Está aterrada. Se levanta, corre de nuevo sin atreverse a mirar atrás, hasta alcanzar el vehículo y entrar. Con movimientos torpes pone el seguro. El hombre la alcanza y golpea la ventana. La muchacha grita, enloquecida.
- La llave, la llave…
- mientras busca en la guantera, en el
salpicadero , en el asiento - … no está, no está, no….
El hombre sigue golpeando mientras ella continúa gritando,
histéricamente. Por inercia dirige su mano hacia el contacto, como por arte de magia
sus dedos se enredan con la llave. Esta allí. Respira aliviada recordando que
la había dejado puesta. Arranca el coche
y con la mirada puesta en la carretera, sale como alma que lleva el
diablo.
El
hombre cae al suelo, se levanta, corre tras ella, resbala en el
barro, arrodillado en medio de la carretera mira como se aleja el coche, mientras grita con
todas sus fuerzas:
- Nooo, por favor, no
se vaya… en el asiento trasero he visto un hombre oculto.
(sentimiento de intriga, desconfianza, sorpresa)
El pacto
-
Prométemelo
-
Tu sabes que no puedo prometerte algo así…
-
Si puedes. Necesito que lo hagas.
Juan se mueve en la cama,
inquieto. Hace calor, es un agosto de los más calurosos. Rosa se abraza a él.
Fuertemente. Insiste. Jurámelo. Se acarician. Se palpan los cuerpos, apenas
sin ropa. Decadentes. Decrépitos. Se miran los ojos de brillo apagado. Se
acarician los rostros surcados por el tiempo, el cabello emblanquecido.
-
¿Sabes qué me estas pidiendo?
-
Claro que lo sé… todavía no estoy
suficientemente chocha como para no saberlo… Será sólo un instante, un empujón,
todos creerán que me he caído… nadie te culpará…
Juan la besa, queriendo acallar
el ruego. Es un beso sin pasión. ¿Adónde quedó la pasión?
Es un beso cómplice, de compadres. Después de 58 años juntos, ha de serlo.
Es un beso cómplice, de compadres. Después de 58 años juntos, ha de serlo.
-
Todavía queda tiempo, quizás no suceda…
-
Sabes que llegará ese día… si ya no recuerdo ni
el nombre de mis nietos… solo te pido que lo hagas, hazlo cuando yo haya dejado de ser
yo… hazlo Juan. Prométemelo.
-
No podré… si yo no puedo vivir sin ti…
Juan solloza como un niño,
mientras Rosa lo abraza como una madre, lo mece, susurrándole al oído: “Prométeme que lo harás, cuando llegue el
momento”.
Juan solo detiene su llanto para contestar un “Sin ti no tendré fuerzas para vivir, no me pidas ese pacto”.
Valió la pena convencer a los vecinos para que la terraza comunitaria de aquel edificio de 10 plantas, fuese embellecida con macetas, un toldo, una mesa y varias hamacas. La verdad es que pocos disfrutan de esa terraza, salvo Juan y Rosa que viven en el décimo, y el niño del quinto que sube a jugar con el perro que le han comprado para su cumpleaños. El niño apenas si les molesta, cómo hacerlo si la mujer se muestra ausente y el hombre solo cruza una media sonrisa.
Juan solo detiene su llanto para contestar un “Sin ti no tendré fuerzas para vivir, no me pidas ese pacto”.
Valió la pena convencer a los vecinos para que la terraza comunitaria de aquel edificio de 10 plantas, fuese embellecida con macetas, un toldo, una mesa y varias hamacas. La verdad es que pocos disfrutan de esa terraza, salvo Juan y Rosa que viven en el décimo, y el niño del quinto que sube a jugar con el perro que le han comprado para su cumpleaños. El niño apenas si les molesta, cómo hacerlo si la mujer se muestra ausente y el hombre solo cruza una media sonrisa.
Es invierno, pero el día a amanecido
con un sol brillante. Juan ayuda a vestirse a Rosa, que se deja hacer, con la
vista perdida en no se sabe dónde. Por un momento le mira. Solo unos segundos,
pero es cuando a Juan le entra el temblor, creyendo percibir desde el fondo de
aquella bruma que cubre su mirada, el ruego pendiente. Prométemelo. Hazlo. De un zarpazo aparta la palabra.
Furibundo. Derrumbado.
Desayunan. Juan ayuda a la mujer,
pacientemente y con una cuchara, haciéndole tragar la papilla de leche con
galletas. Luego él se toma unas tostadas, el zumo, pero deja a un lado las pastillas. Las malditas pastillas. Recuerda el amago de infarto de hace apenas dos
semanas. Que trastocó la tranquilidad de su hijo. Si no tenía suficiente con la
madre, ahora el padre presentaba problemas de corazón.
Es desde ese día en que la
promesa pendiente a invadido su día y su noche.
Hazlo cuando yo haya dejado de ser yo. Y Rosa hace tiempo que marchó, aunque su cuerpo esté presente.
Hazlo cuando yo haya dejado de ser yo. Y Rosa hace tiempo que marchó, aunque su cuerpo esté presente.
Juan lloriquea, se lava la cara,
se mira en el espejo del lavabo y regresa a la cocina preguntándose si ha
llegado el momento de cumplir con lo pactado. Si después de aquello él sabrá
vivir los años que le quedan…sabe que no.
Salen de su décimo piso, no cierra la puerta. Para alcanzar la terraza comunitaria solo les separan 16 escalones. Cuesta subirlos. Rosa apenas si se tiene en pie y no obedece a sus órdenes. Cada escalón es como levantar un peso muerto. Como colocar una losa en su débil corazón. Roza con sus labios el oído de ella, le susurra “Voy a cumplir tu ruego. Lo voy a hacer Rosa… perdóname”.
El sol va ascendiendo por el horizonte.
Por unos momentos Juan puede verse junto con su esposa comiendo allí, al lado
de los geranios y el jazmín. Pero eso fue hace mucho, quizás en otra vida.
Cada paso que da hacia la
balconada es como si arrastrase una enorme cadena. Quiere dejar la mente tan vacía
como la tiene Rosa. Desde la larga balconada observa el tráfico, es algo fluido a
aquellas horas, quizás debería de haber subido por la noche… Duda… Se dice que
será solo un momento… Duda… Coge fuertemente a Rosa y recuerda su pacto… no
puede fallarle a su mujer… ha de ser valiente… Prométemelo… prométemelo…
Es en ese momento cuando escucha cómo el niño del quinto sube la escalera, a trompicones, llamando a su perro… Es en ese momento cuando Juan se pregunta qué coño hace ese niño en horas de ir a la escuela… Es en ese momento cuando recuerda que hoy es sábado y no hay escuela… Es en ese momento cuando…
El niño del quinto llega a la terraza, su perro le ha ganado por varios segundos, olisquea por todos los rincones y elige uno para mearse. El niño del quinto va a reñirlo, pero no lo hace. Nadie lo ha visto. No hay nadie en la terraza.
(Sentimiento suspense, amor, desesperación...)
Aquella amiga
Per què després
de més de quaranta anys pensava en ella? Aquella amiga a
la que plorava quan partia en acabar-se l’estiu. Mercè formava
part d’aquelles primeres emocions que aprenen els infants i que es fragüen ben
endins. Va arribar un dia
en que les cartes s’acabaren i finalment els camins s’esborraren.
-Mare, he
conegut una xicaEl meu fill, per fi, trobava algú. Semblava molt il·lusionat.
- Es diu Montserrat, el proper cap de setmana anirem a casa i us la presentaré.
Arribat el dia parlarem de projectes ( els jovens sempre en tenen), d’aficions… De sobte em preguntà la
noia qui erem les de la foto en blanc i negre que hi havia al prestatge de
l’entrada.
-Som la meua
germana, la Mercè i jo.
- Ma mare té la
mateixa foto a l’aparador del menjador.
Just en aquell
moment, vaig comprendre perquè havia
pensat en ella.
(sentimientos nostalgia, sorpresa)
La mare
Tanque els ulls i veig a una dona trafegant
per casa, contínuament. Escolte una veu que em crida “ a dinar” o que
m’escridassa perquè arribe tard. Tanque el ulls i recorde el sabor de les
restes d’aquell pastís, que ella havia cuinat, abans de posar-lo al forn. Em
tape els ulls i recorde els consells que em donava abans d’eixir de casa o cóm
plorà quan me’n vaig anar a estudiar lluny de la llar.
Obri els ulls i la veig. Ara. Escolte les
seues històries, quasi sempre repetides, de quan era jove, de quan es va casar
o de com va morir la seva àvia.
Obri els ulls per si ella necessita comprar menjar per a casa, per si ho té tot endreçat, o per si li fa mal el maluc o el genoll.
Obri els ulls per si ella necessita comprar menjar per a casa, per si ho té tot endreçat, o per si li fa mal el maluc o el genoll.
Ara
obri els ulls abans que ella els tanque.
(sentimiento de ternura, amor, perdida)
Solitud
Mirava davall del llit, estaba sola i
aquella sensació de que allí hi havia algú era real. Sortía corrent de la cambra, no podía passar-se tot el dia sense eixir de l’habitació. Es possava a mirar la tele, amb el pany tancat amb clau.
No
li agradava aquella buidor. La casa era massa gran i massa vella. Fins i tot l’olor de les parets encalcinades li donaven tremolors.
Maleït
gos que udola - pensava en veu alta: la consolava sentir les seues paraules.
El cor bategava esborrajat, li arribava fins i tot a la gola. No podia permetre que els seus pensaments la
tractaren amb tan poca delicadesa. No
parava de recordar quan un atzar perdut va matar la seua familia i la deixà
trastocada, folla i acompanyada per sempre de la seua solitud.
(Sentimiento de angustia)
(Sentimiento de angustia)
Gris primavera
O cuando el doctor de cabecera le dijo:
- Si tu mujer no interviene te vas al otro mundo.
Así, ella, de alguna manera, también le salvó la vida, cuando con la angustia de verle cada día peor, le dijo a la madre de él: ¿Usted no le ve mala cara?
- Pues claro que tiene mala cara hija, pero está bien… si hace apenas dos días que le operaron.
Cuando la mujer se marchó, ella, obstinada, pidió cita al cirujano que le operó, era uno de los mejores pero a ella no le importó menguar su economía por su bienestar. Pronto le dieron cita, ya en su consulta el enfermo fue examinado, la herida parecía estar bien y recomendó regresar a los dos días para quitar los puntos de sutura.
Con voz temblorosa, tímidamente ella insistió al cirujano: le he puesto el termómetro y tiene 38 grados de temperatura. Al oírlo el medico apretó la herida, algo vio, cortó los puntos de sutura, abrió la herida, le puso drenaje y siguieron durante días el tratamiento para superar aquella oculta infección.
-Me duele la cabeza…
-Tendrás que visitar al médico…
Ella quiso ir a Estados Unidos, con la esperanza de salvarle.
- Si hubiese remedio en Estados Unidos, también lo tendríamos en España – le dijo el doctor, mostrándole el resultado de las pruebas – cuando empezó a dolerle la cabeza, el mal ya no tenía remedio.
Al pensar en primavera de súbito vemos flores, verdes
valles, arboles densos de jóvenes hojas, sol, luz, colores… nos invaden
sentimientos de alegría, y todo esto se multiplica el día del inicio de la
estación.
Pero ella en este día solo veía sombras, su color era el
negro y sus sentimientos de llanto, dolor. A veces una ráfaga de luz iluminaba
las sombras con los recuerdos más rememorados, como el día en que él le salvó
la vida a costa de casi perder la suya. O cuando el doctor de cabecera le dijo:
- Si tu mujer no interviene te vas al otro mundo.
Así, ella, de alguna manera, también le salvó la vida, cuando con la angustia de verle cada día peor, le dijo a la madre de él: ¿Usted no le ve mala cara?
- Pues claro que tiene mala cara hija, pero está bien… si hace apenas dos días que le operaron.
Cuando la mujer se marchó, ella, obstinada, pidió cita al cirujano que le operó, era uno de los mejores pero a ella no le importó menguar su economía por su bienestar. Pronto le dieron cita, ya en su consulta el enfermo fue examinado, la herida parecía estar bien y recomendó regresar a los dos días para quitar los puntos de sutura.
Con voz temblorosa, tímidamente ella insistió al cirujano: le he puesto el termómetro y tiene 38 grados de temperatura. Al oírlo el medico apretó la herida, algo vio, cortó los puntos de sutura, abrió la herida, le puso drenaje y siguieron durante días el tratamiento para superar aquella oculta infección.
De nuevo retornan sus sombras, pero pronto son invadidas por
una ráfaga de luz, iluminando aquella camisa blanca con finísimas rayas
marrones, que lo hacían sumamente atractivo. La llevaba en uno de sus primeros
bailes, y ya no dejaron de verse. Hasta el fatídico día. Ella no quería pensar
en esa fecha, prefería rememorar el día que él arriesgó su vida para rescatarla
del remolino en el mar, que casi les cuesta la vida a los dos.
De nuevo la invade la oscuridad. “Siempre vuelve”, pensó
ella recordando el día que él dejó de salir para hacerle compañía, ni teniendo
cita con los amigos quiso salir. -Me duele la cabeza…
-Tendrás que visitar al médico…
Ella quiso ir a Estados Unidos, con la esperanza de salvarle.
- Si hubiese remedio en Estados Unidos, también lo tendríamos en España – le dijo el doctor, mostrándole el resultado de las pruebas – cuando empezó a dolerle la cabeza, el mal ya no tenía remedio.
Dejó de dolerle la cabeza
el primer día de primavera, ni nunca más volvería sentir otro
dolor.
Quizás por eso, para ella, la
llegada de la primavera ya no tiene color.
(amor, tristeza, melancolía)
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