FORMACIÓN: REDUCIR UN RELATO

Construir un relato, y que este sea corto, o incluso un microrelato, parece que ha de ser fácil, pero resulta una tarea bastante complicada para la mayoría de mortales. A muchos de nosotros nos gusta extendernos. Incluso demasiado. Tanto que llegamos a desenfocar la historia que queríamos contar. Debemos de percatarnos de ello dejando en reposo el escrito, y releyéndolo. A distancia. Con perspectiva.  

Lógicamente el escritor, la escritora, piensa que cuantas más palabras escriba, más posibilidades tendrá de hacerle entender al lector, el mensaje que quiere trasmitirle. Y a la contra, cree que si reduce el numero de palabras, el numero de estas posibilidades se reduce. 

Si, posiblemente tú también piensas que esta formula matemática es cierta: 

100 palabras = conexión con el lector  100%

25 palabras = conexión con el lector     25%

Así que la mayoría de nosotros/as nos ponemos a temblar cuando tenemos que reducir un relato, temiendo no poder conectar con nuestros lectores. 

Afortunadamente contamos con un excelente elenco de aliados a nuestro favor, que nos ayudarán en esta tarea. ¿No sabes de qué hablo? ¿Ni intuyes quienes pueden ser esos aliados? Pues muy simple: la imaginación, la fantasía y el buen hacer de nuestros lectores.Si, no les subestimes. 

Reflexiona: si en un relato le explicamos a nuestro lector, ademas de la historia, cómo es físicamente un personaje, el lector lo agradecerá. Pero si no se lo explicamos, si omitimos estas palabras, el lector simplemente se lo imaginará a su gusto. Piensa... ¿Cuantas veces te has encandilado con una historia hasta percatarte que no sabes nada del personaje, a parte de sus reacciones o aventuras? 


En otras ocasiones el relato está bien escrito, pero hay que reducirlo porque quieres convertirlo en un micro relato. 

Es entonces cuando te pones a sudar y crees que es imposible. 
Te explico unos trucos: 
Simplemente tienes que tener claro qué quieres contar. 
Cual es su esencia. 
Qué palabras de tu relato son imprescindibles para conservar esa esencia, y el resto... borralo!   Noooooo, exclamarás. Noooooo, odio borrar. 
Pues si, a borrar!. Hay que dejar únicamente aquello que sea necesario para que su corazón siga latiendo. 

Imagina una muñeca rusa. Que va empequeñeciendo, pero tiene las mismas caracteristicas.
Uhm... ¿Que sigues sin entenderlo? a ver si puedo mejorar mi explicación... 
Es como cuando vas a cerrar tu maleta y no puedes. Y no queda más remedio que quitar la plancha, el secador y esos cinco pares de zapatos que has puesto, por si acaso, dejando solo los más cómodos. 

Mis primeras experiencias en auto reducción de relatos fueron dolorosas. 

Era como cortarme dedos de la mano. Un día borraba unas palabras, incluso una linea por aquí, otra por allá. Pero no era suficiente. Aquel maldito concurso de micro relatos solo aceptaba 10 lineas, y yo tenia escritas mas de 40. ¿Pero a quien se le ocurre exigir solo 10 lineas????  ¿Cómo eliminar 30 lineas si necesitaba 40 para contar mi historia? 
Así que os entiendo perfectamente cuando me decís que no podéis asesinar esas frases tan bien escritas, con las que os ha quedado un relato de lo más pomposo. Lo sé. Yo he pasado por lo mismo. Por eso os digo que se puede hacer, y que es un dolor superable. 


Aquí va un ejemplo. Relato de 709 palabras que queda reducido a 235 palabras. 



709 palabras: 


Mi madre observa a mi hija saliendo por la puerta de la cocina, en cuanto sale al patio, me suelta con enojo y tono bajo para no ser escuchada por nadie, salvo por mi: 

- Esto lo habrá escuchado decir al malcriado de tu marido.
Yo miro a mi madre, por un breve instante. Bajo la mirada  y callo.
Continúo limpiando hasta dejar la cocina impecable por unas horas. Mañana habrá que volver. Después me siento a su lado. Una a cada lado de la mesa de la cocina. Miramos la tele. Mi hija se escucha trastear por el patio.
El que le ha dicho mi hija a su abuela es una verdad como una casa, y mi madre no tiene derecho de meter cizaña entre yo, su padre y la niña. Al fin y al cabo ella solo le ha dicho que yo, su madre, parezco su criada, todos los días metida en su casa, limpiando. 

Caray qué niña, qué arrestos decirle eso a su abuela. Y mientras yo aquí, sin saber abrir la boca para decirle que es injusto que porque sea la hija, tenga que encargarme de todo. Que mi hermano también debería hacerse cargo. 
Pienso eso, pero callo prudentemente, cobardemente, resignadamente, mientras observamos juntas las noticias. Como siempre. 
En la tele habla el presentador. Todo son malas noticias, y de nuevo nos cuentan otro  asesinato por violencia de genero. Mi madre dice:
- Cómo está el mundo. Qué poca cosa somos las mujeres.
Yo me muerdo la lengua, me contengo por no contestarle que... pues si madre, qué poca cosa somos las mujeres, solo valemos para callar y limpiar. 


Al rato mi hija deja de trastear, se asoma, sonríe y entra en la cocina diciendo que se quiere ir, que ha quedado con sus amiguitas, que se hace tarde, que hay deberes todavía por hacer y la mochila con los libros se la ha dejado en casa de Laura.  

Yo me levanto. Mi madre me observa. La pequeña se acerca a su abuela, y como cada tarde le da un beso de despedida. Es entonces cuando su abuela, mi madre, saca un par de billetes y le dice a su nieta: Alárgame ese papel y el lápiz que hay al lado del teléfono, que hay que anotar unas cosas que faltan por comprar... para que mañana me las traiga tu madre a primera hora. 
La niña no se mueve, y soy yo la que alarga el brazo con la intención de coger el papel, el lápiz y ponerme a escribir, mientras mi madre me dicte su lista de la compra. 

Y es esa niña que parí hace escasos 9 años la que nos dice a las dos, con toda la naturalidad del mundo:
- Madre, no entiendo por qué tienes que limpiarle y además hacerle la compra. Abuela, el tío también tiene dos manos, se pasa muchas horas en el bar y vive contigo.
No sé a cual de las dos, si a mi madre o a mi, se nos pone más pronto la cara roja. Yo noto además la garganta seca, mientras escucho a mi madre resoplar con un:
- Estoy segura que eso son cosas que la niña escucha del malcriado de su padre.
Pero la niña le dice que no, así, tan tranquila y con los ojos bien abiertos: Que a ver si se piensa que ella no es lo bastante mayor y lista como para no verlo. Que esto es algo que salta a la vista. De cualquiera que tenga ojos, y quiera verlo.

Me quedo inmóvil, por unos segundos eternos, mientras es mi madre quien ahora palidece, y guarda nuevamente  los dos billetes dentro de su cartera. 

Yo dejo el papel y el lápiz al lado del teléfono. Intento no hacer ruido. Tengo miedo incluso de respirar, de hacer cualquier brusco movimiento por si el cielo se nos cae encima y el mundo da vuelta al revés. 

Mi hija se levanta de la silla, cruza la cocina y me coge de la mano. Con un hasta mañana abuela, tira de mi. Salimos de la casa, llegamos a la calle y doblamos la esquina. 
Por el camino yo le estrecho muy fuerte la mano a mi hija.
Ella me mira y me sonríe.







  ¿ Y tú, para reducir este relato, qué harías?  (acuérdate de lo de la esencia :-) 
Uhmmm pues preguntarme qué quiero mostrar en este relato. Veamos: 
Quiero visibilizar la carga que sufrimos las mujeres, solo por el hecho de ser mujer. Quiero mostrar que son cargas impuestas por una sociedad incapaz de plantearse que hay hábitos injustos que deben terminar. Cambiar. 
Quiero mostrar la ciega obediencia de una generación hacia otra. La confusión y miedo por romper esa larga cadena. Que sin embargo es tan fácil de romper... Y que se rompe no únicamente con valentía, sino con sinceridad. Con verdad. Con la limpia mirada de estas nuevas generaciones educadas para tener sentido critico en lugar de ciega resignación.

Respondida la pregunta, averiguado el objetivo, tengo que señalar las palabras clave que van a visibilizar la esencia del relato. Una vez señaladas esas palabras clave, he de protegerlas y arrancar el resto. Dejando sólo los nexos ortográficos imprescindibles entre palabra clave, y palabra clave.  


Y empiezo a arrancar palabras. Decididamente. 

Quedando un relato con su esencia, pero con un tercio de las palabras.





235 palabras: 

Esto lo habrá escuchado al malcriado de tu marido. 

Miro a mi madre y callo. Continúo limpiando. Mi hija trastea por el patio.
El que le ha dicho mi hija a su abuela es verdad y mi madre no tiene derecho a meter cizaña. Al fin y al cabo mi hija solo le ha dicho que su madre, yo,parezco su criada, metida aquí todos los días. Qué coraje tiene esta niña, y yo sin saber abrir la boca para decirle que es injusto que por ser la hija, me tenga que encargar de todo. 

- Vamos a casa – dice mi hija entrando.

Es tarde. La niña besa a su abuela, que saca un billete y la lista de la compra. Voy a cogerlo cuando esa niña que parí hace 9 años, nos dice con naturalidad:
- No entiendo por qué tienes que limpiarle y además hacerle la compra. El tío también tiene dos manos, y vive en esta casa. 
Mi madre vuelve a decir:
- Seguro son cosas de tu padre.
Pero la niña le dice que no, que a ver si se piensa que ella no es bastante lista para verlo. Que salta a la vista. De cualquier que tenga ojos.
Mi madre se guarda la lista y el billete.
Nosotras marchamos a casa.
Por el camino estrecho fuerte la mano de mi hija.
Y ella me sonríe.





Mª Cristina Laborda Martinez 

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