Trabajo, escribir un relato inspirado en la frase: Aunque aquella mañana tenía prisa....
AUNQUE AQUELLA MAÑANA TENIA PRISA SE DETUVO UN MOMENTO PARA...
Aurora se dirigía como cada mañana, hasta aquella vivienda
para atender a dos ancianos: Ismael de 90 años y su mujer Dolores de 82. Ella
les ayudaba a levantarse, les bañaba, les daba de comer… todo lo que
necesitaban durante el día. Por las noches les atendía otra mujer, a la que
Aurora no conocía. Cuando una llegaba, la otra ya había marchado.
Aurora abrió la puerta y llamó por su nombre a los ancianos,
pero estos no contestaron. Preocupada se apresuró a entrar en la habitación. Lo
que encontró era espeluznante: estaban muertos cada cual en su cama, con signos
de degollamiento.
Iba con prisa para llamar a la policía, pero se detuvo un
momento al parecerle ver algo en el suelo del pasillo. Efectivamente se agachó
y recogió un guante negro, que guardó en su bolsillo. Llamó a la policía, llegaron a los pocos minutos
y comenzaron a examinar el escenario del crimen, haciendo muchas preguntas,
entre ellas si tenían familia. Aurora contestó:
—Sólo tienen un hijo que vive a pocos kilómetros de aquí.
Lo hicieron llamar y acudió inmediatamente, consternado al
ver a sus padres. Empezaron las investigaciones y llamaron a declarar a las dos
mujeres que les atendían. Era la primera vez que se veían y se miraron la una a
la otra, desconfiadas. Aurora tuvo un presentimiento: aquella mujer no le
agradó, se la veía muy desenvuelta y con poca vergüenza, pero no dijo nada,
solo se saludaron para más tarde despedirse.
A la policía le dio la misma impresión, no les gustó el
comportamiento de aquella mujer.
Al cabo de unos días Aurora se acordó del guante negro que
encontró en el pasillo, lo llevó a la policía y de allí salieron las pruebas
incriminatorias.
La mujer que estaba por las noches, junto con su pareja, le
habían sacado poco a poco, todo el dinero que tenían ahorrado, que era mucho.
Ella les decía:
―Tienen que dejarme la libreta bancaria, hay que sacar algo
de dinero, se ha terminado la leche (por ejemplo). La mujer se la daba y su
pareja iba sacando dinero con la intención que, después de matarlos, huir del
país.
Fueron arrestados y están cumpliendo condena en la cárcel.
El hijo pudo recuperar el dinero. En agradecimiento regaló
el piso de sus padres a Aurora, decía que fue el guante negro que ella
encontró, el que dio con los asesinos.
Paquita.
AUNQUE AQUELLA MAÑANA TENÍA PRISA
me detuve un momento para ver qué le sucedía a aquella mujer que me hacía señas para que parara el coche. Bajé y la reconocía al momento. Era de mediana edad y sabía que no tenía hogar porque la había visto muchas veces por mi barrio. Arrastraba un carrito de la compra viejo y sucio, a cuadros negros y grises. En alguna ocasión incluso la había visto durmiendo en un banco de la plaza.
—¿Puedes ayudarme? —
me preguntó.
—¿Qué te pasa? —le
respondí.
—No me encuentro bien —
continuó ella.
Subió a mi coche y le dije:
—Te voy a llevar al hospital.
—No, al hospital no —
contestó aterrorizada.
—¿Te llevo al albergue?
—No, no quiero ir, además, este
mes ya no puedo quedarme allí más noches.
Puse el coche en marcha sin saber muy bien qué hacer.
—¿Quieres que busquemos a la
policía?
—No, por favor—
susurró ella.
Volví a insistir en llevarla al hospital, pero se negó.
No sabía cómo ayudarla, parecía desorientada. Ignoraba cómo
una persona puede llegar a una situación así: a carecer de casa, a ir sucia...
Finalmente tomé camino del albergue, pero me exigió que
detuviera el coche. Bajó y vi cómo se alejaba. No tomó ni la dirección del
hospital ni la del albergue. Al cabo de los días la volví a ver por mi barrio
deambulando con su inseparable carrito. No me reconoció y yo tampoco le dije
nada, no me atreví. La volví a ver pasar un par de veces más.
Creo recordar que al cabo de un tiempo la encontraron muerta y sola en algún masset abandonado a las afueras de la ciudad.
Teresa
Aunque aquella mañana tenía prisa, se detuvo un momento para…
pensar en la multitud de cosas que tenía pendientes. Pero antes
tenía que resolver su problema y no sabía qué hacer. No entendía cómo Juan
podía estar tan tranquilo leyendo el periódico. Ella no sabía si reír o llorar.
Hoy se había derrumbado su mundo cuando Juan le dio la
noticia. Todo aquello por lo que ella tanto había luchado, se hizo añicos en
ese momento. Miró atrás, a ese pasado lejano lleno de promesas e ilusiones, que
poco a poco se fue transformando en una lucha diaria. Una lucha que iba
agotando su espíritu, que ella una y otra vez lograba reflotar.
Necesitaba olvidarse de las malas experiencias, que de vez
en cuando acudían a su vida sumiéndola en la tristeza. Por suerte siempre había
sido una persona alegre y sus ganas de seguir adelante la habían mantenido
fuerte. Pensándolo bien no quería quejarse demasiado, sus hijos le habían dado
fuerzas para luchar, para seguir. Así pensaba cuando algunas veces se ponía a
rezar y daba gracias por ellos y sentirlos tan cerca.
Hoy la noticia la dejó sin ánimo, pero no se dejaría abatir,
sabía que tenía el apoyo de la familia. Eso la tranquilizó y trató de buscar
soluciones, hasta que poco a poco una lucecita cada vez más fuerte, fue
iluminando su futuro.
―Sí―pensó—lo que a veces al principio parece una mala noticia, se
transforma después en algo bueno y esperanzador.
En aquel momento se dio cuenta que el canario, llenaba con
sus trinos toda la habitación. Miró hacia la jaula y vió lo alborotado y alegre
que estaba el pajarito.
―Esto no puede ser más que una buena señal. De hoy en
adelante todo cambiará y será para mejor, estoy segura.
Dulcemente miró a Juan que seguía despreocupado leyendo el periódico.
Isabel
Aunque aquella mañana tenía prisa, se detuvo un momento
para prestar atención al canto de los gorriones que había sobre el alféizar de su
ventana. Le visitan todas las mañanas, pero jamás se había parado a escuchar
ese alegre canto matutino.
La rutina mañanera de levantarse enfadado y corriendo,
tras posponer varias ocasiones la alarma del móvil, le había hecho pasar por
alto esa bella y simple melodía de aquellos pequeños y rechonchos pajarillos,
que llevaban semanas anunciando la llegada del calor primaveral.
Fíjate tú que desde ese día se levanta a la primera orden
del despertador y esos diez minutos que antes pasaban entre alarma y alarma,
maldiciendo en la cama, los disfruta escuchando ese alegre soniquete, ¡y afronta
el día de otra manera! ¡Está contento y todo al llegar al trabajo!
A raíz de este cambio, ha pensado muchas veces que le
gustaría parecerse a estos pajarillos. Quién pudiera disfrutar de esa libertad
de poder volar de aquí para allá sin las prisas ni obligaciones del día a día,
pero sobre todo por la constancia e insistencia que han tenido de estar,
amanecer tras amanecer, en su ventana, hasta que se ha dado cuenta y les ha
hecho caso.
¡Quién
pudiera ser gorrión y cantar así de simpático todas las mañanas a todo aquel
con el que nos cruzamos! Ese simple acto vivo de la naturaleza más mundana y
simplona, nos puede hacer cambiar el ánimo y ver con una nueva perspectiva más
optimista, el día nuevo que ha de llegar.
Aarón
Aunque aquella mañana tenía prisa, me detuve un momento para contemplar algo cotidiano
y a la vez extraordinario.
Como cada día,
salí de mi casa a primera hora de la mañana, cuando aún no había amanecido. En
pleno mes de febrero, a esas horas todo estaba ompletamente oscuro.
Cogí mi coche
y me dispuse a conducir durante 40 km para llegar a mi lugar de trabajo. Una
oficina como tantas otras que esperaban ser ocupadas en unas horas por gente
como yo. Todo muy previsible y rutinario. Era una jornada más en mi agenda en la
que saldría de mi casa y conduciría con la radio puesta escuchando las noticias
de primera hora, que casi siempre trataban los mismos temas: política,
economía, deportes y sucesos. La mayoría de ellas con un cariz negativo, cuando
no dramático incluso.
Todo seguía
el mismo guion de cada día.
Mi mente ya
estaba puesta en la jornada que me esperaba. Inconscientemente y sin dejar de
escuchar la emisora de radio, iba repasando dónde dejé el día anterior mis
tareas para retomarlas de nuevo. La mañana discurriría como la anterior y
probablemente como las siguientes, entre papeles, compañeros, clientes… la hoja
de ruta estaba marcada, solo quedaba seguirla según lo esperado hasta que
llegara la hora de volver.
Ese día había
tardado un poco más en salir de las sábanas, por lo que iba justa de tiempo. No
lo sabía únicamente por el reloj del salpicadero del coche, yo tenía otra forma
distinta de medir el tiempo durante mi trayecto. Eran muchos años haciendo el
mismo recorrido y sabía con exactitud qué hora era, o, mejor dicho, qué hora debería
ser cuando pasaba por los diferentes pueblos que encontraba a mi paso. Era una
forma distinta de saber si llegaba puntual o no a mi cita diaria con la
oficina.
Durante el
tiempo que estuve conduciendo, como siempre si darme cuenta de ello, el cielo
se fue iluminando poco a poco, pasando de un negro profundo a un azul plomo,
que lentamente se tornaba en un azul cada vez más claro. Parecía que alguien
había encendido una lámpara cuya bombilla iba aumentando la intensidad de la
luz, conforme pasaban los minutos.
Cuando
llegaba a mi destino faltaba aún el momento, siempre complicado de aparcar el
vehículo. Ese día me dirigí a dejarlo frente al mar. En ese instante en el
horizonte, esa línea misteriosa que separa el mar del cielo y que por mucho que
naveguemos mar adentro nunca llegaremos a alcanzar, detrás mismo de esa línea,
empezaba a asomar una bola de fuego que teñía el cielo con una mezcla de
diferentes tonalidades naranjas y azules. Un espectáculo de la naturaleza que
dejaba sin palabras a cualquiera. El mar despertaba poco a poco del largo sueño
de la noche, mostrando un color plateado casi cegador, bajo la luz cada vez más
intensa de un sol que por fin, a fuera del horizonte, mostraba la perfección de
su círculo.
Fueron unos
minutos de magia en los que la radio seguía hablando, pero yo no la oía. Mi
mente dejó de pensar en el trabajo que me espera como cada mañana. Todo se
volvió pequeño e insignificante comparado con la inmensidad de lo que acababa
de contemplar: un amanecer a orillas del mar.
Aunque aquella mañana tenía prisa, afortunadamente me detuve un momento para contemplar y valorar aquello que, arrastrados por la rutina, nos pasa desapercibido.
Sandra
AUNQUE AQUELLA MAÑANA
TENIA PRISA
Me detuve al encontrarme una cartera. Seguramente la había perdido alguien. La miré y la abrí, para ver si le conocía. Esa persona vivía cerca de mi casa y no solía saludarme, pero yo se la llevé a su casa y se puso muy contenta porque era la documentación de su coche. Desde entonces es una gran amiga y otra persona, al menos para mí.
Sebastiana
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