Trabajo. Relatos inspirados en la frase: Sabía que no iba a ser fácil, aún así...

 


SABIA QUE NO IBA A SER FÁCIL, AUN ASÍ... 

 

 Andrés tuvo un accidente de coche cuando iba con sus amigos.

Sucedió en una noche de fiesta, habían bebido, eran jóvenes, no pensaban lo que podría ocurrir. Iban cantando y bailando en el jaguar descapotable. De pronto el coche dió un aparatoso choque contra una farola. Alguien llamó al hospital más próximo. Los recogió una ambulancia.

De los cuatro, uno murió en el acto, dos sólo sufrieron magulladuras, al pobre Andres le amputaron las dos piernas por encima de las rodillas.

 ¿Qué sentido tiene mi vida? repetía una y otra vez el muchacho.

Pero tuvo mucha suerte de conocer a una chica también interna del hospital. Hablaban mucho en el pasillo. Ana, que así se llamaba, le decía que a su propio hermano le había sucedido algo similar, pero él lo superó, debido a su actitud, siempre positiva. Ahora a pesar de su minusvalía trabaja y tiene hijos.

Tantas veces le repitió la misma historia que al fin, aceptó hacer la rehabilitación que le mandaron y poco a poco, fue ganando confianza.

Pasaron unos meses y le pusieron piernas ortopédicas, ya podía andar, después correr, y lo hacía bastante rápido!.

 Alguien del hospital lo ilusionó para competir en una carrera de cien metros, que tenía lugar en Dubai. Del mismo hospital lo llevaron.

Allí demostró que nada es imposible. Quedó en segundo lugar.

 Hoy celebra su éxito histórico, porque sin piernas y dos prótesis es casi imposible.

Sabía que no iba a ser fácil, pero él lo consiguió.

 

 

Paquita 


Aquella mañana al despertarse, Helena abrió la ventana de su habitación, entraba el sol a raudales y una fresca brisa que la espabiló al momento. Pasó por el aseo, se vistió, se preparó el desayuno, miró a la Chiqui que iba todo el rato detrás de ella moviendo el rabo, reclamando su paseo, y le dijo:

-¡Chiqui! El día está precioso y ha traído tanta vida esta primavera que será muy agradable dar un paseo por el campo y llegar hasta el pequeño bosque donde pasa el riachuelo.

Las dos comenzaron a caminar. Chiqui estaba tan contenta que no paraba de dar saltos alrededor de su dueña. Helena le dijo a Chiqui:

-Hace tiempo que quiero hacer una cosa, y aunque sé que no va a ser fácil, aun así voy a inventarme un cuento. Tú vas a ser la primera en escucharlo. A ver qué te parece.

 

Érase una vez una ranita verde llamada Rany, que navegaba por el río en una hoja de platanero que usaba a modo de barca. De pronto oyó un ruido parecido a un trueno. Sobresaltada miró al otro extremo de su barca y vio que en el suelo, junto a una rama, había un pajarito que se llevaba el ala a la cabeza, quejándose de dolor.

-¡Ay! ¡Ay! Estaba durmiendo, se rompió la rama del árbol y no me enteré hasta caer en tu barca. - dijo Trino que así se llamaba el pajarito, que por lo visto era algo despistado.

-¡Vaya chichón que te ha salido! Ahora mismo te voy a curar. - dijo Rany.

Dicho y hecho, le frotó con un ungüento, le puso una tirita y quedó como nuevo.

-Ven. ¿Qué te parece? He pensado que con esta rama rota en la que yo tan a gusto dormía, podemos hacer un mástil.

-¡Pero nos falta la vela! – dijo Rany.

-¡Ah! No te preocupes- le contestó Trino- he visto antes una tela por aquí cerca que nos servirá.

Y se fue volando a buscarla.

-¡Chiss! Ya estoy aquí. ¿Qué te parece la tela?

-Bueno. – dijo Rany rascándose la cabeza- Es de color negro, pero nos ira bien.

-Mejor, así parecerá un barco pirata.

Se pusieron los dos a cavilar de qué manera podían colocar la vela en el mástil.

-¡Ya lo tengo!- dijo Trino- Pongámonos manos a la obra.

En un periquete entre los dos dejaron la vela atada.

-Has sido muy amable, gracias por ayudarme. - dijo Rany.

-Lo he hecho con mucho gusto. - le contestó Trino.

-Mira, si quieres puedes venir en mi barca. Podemos ir a descubrir lugares nuevos y hasta dar la vuelta al mundo.

Así lo hicieron.

Rany y Trino estaban muy satisfechos de su magnífica embarcación, no había otra más bonita en todo el río. Con ella podrían ir allá donde quisieran y quizás descubrir nuevos territorios.

El viento soplaba suavemente y la barca se deslizaba ligera por el río.

 

-Aquí vamos a dejar por el cuento. – dijo Helena a Chiqui- Otro día contaremos las aventuras que les ocurrieron en el viaje, mientras daban la vuelta alrededor del “mundo”. De su mundo maravilloso.

Chiqui pensó:

-Vaya, este cuento no lo sabía yo, y eso que se un montón.


Isabel 







Hará unos treinta años me encontraba mal por una enfermedad bastante molesta que me impedía hacer mi trabajo. Aburrida de ir a varios médicos que no daban con una solución, tuve la suerte de que un día, una clienta, me dio un remedio que a ella le iba muy bien. 

Visité a un médico vegetariano, que me recetó una dieta.

Sabía que no iba a ser fácil, pero aun así mantuve esa dieta durante diez años.

Hoy me encuentro perfectamente gracias a aquella clienta que me aconsejó.



Sebastiana 


Savia que no anava a ser fàcil però encara així, es va pessigar quan una queixa li va sorgir de la seua boca: quina calor!! 

S’havia proposat deixar de protestar per tot. Era ja un hàbit.

Li pesava la motxilla i es va trencar una ansa.” Per què em passen a mi estes coses? No hi ha dret”..

Una altra volta gemegant.

Va continuar el seu camí cap a l’estació del tren, a les huit n’havia d’agafar un. Va bramar: “Tres minuts tard, ja savia jo que no seria puntual !!”.

Com que era hora punta, no hi va trobar cap seient lliure:

“ Sempre igual”- va ganyir.

A l’arribada al treball es prenia un cafè, aquell dia la màquina estava espatllada:

 “Quina sort que tinc” - va plorar irònicament.

El matí va passar amb tres o quatre incidents més que no va deixar de llagrimejar.

Feia temps que dinava sola, els companys de la feina sempre posaven una excusa en el moment de l’àpat i al final no trobava ningú que l’acompanyara.

Si es pessigava més pot ser canviaria la seua sort.


Alicia



Luís cogió su mochila y subió al tren que esperaba en el andén de aquella estación.

Llevaba más de un año haciendo averiguaciones y recopilando datos. Haciendo búsquedas y más búsquedas a través de las redes sociales.

Cualquier pista que pudiera darle luz a aquella idea que desde hacía tiempo rondaba por su cabeza. Ahora más que nunca, estaba convencido de que se encontraba en el camino correcto.

Recordaba perfectamente el día en que empezaron sus dudas que poco a poco se transformaron en miedo, y finalmente en esa necesidad imperiosa de llegar hasta el final. Fue aquel día en el que, tras comentar con su familia una noticia que había leído en el periódico, se levantaron sus sospechas. Luís a sus casi cuarenta años, era una persona muy familiar y conforme pasaban los días aquel sentimiento le iba quemando en su interior.

Sus búsquedas por internet, llamadas de teléfono, correos electrónicos... quedaban sin respuesta o con información muy vaga que no le permitía avanzar demasiado.

Con del paso de los meses, todo su trabajo y empeño empezó a dar sus frutos, el rompecabezas empezó a tomar forma. Parecía que todo apuntaba en una misma dirección: Galicia, y ahí fue donde puso el foco de su búsqueda.

Ahora, después de tantos meses, se encontraba allí, en ese tren destino El Ferrol con su mochila y su carpeta llena de recortes de periódico, fotografías y mucha información.

Tras casi ocho horas de viaje, Luís llegaba por fin a su destino, sabía que no iba a ser fácil, pero aún así, tenía que intentarlo. 

Desde la estación cogió un taxi hasta su destino, una pequeña localidad a 30 km de allí. Al llegar decidió primero entrar en una pequeña fonda donde alquiló una habitación, se adecentó un poco y bajó a tomar un café, lo iba a necesitar. Aprovechó para hacer un par de preguntas al dueño de la fonda, a quien le gustaba mucho hablar y que no dudó ni un momento en informar de todo a su nuevo huésped. Luis salió calle abajo hasta llegar al domicilio que buscaba y cuando hizo sonar el timbre, su corazón latía con fuerza, no sabía si al otro lado de aquella puerta encontraría lo que había venido a buscar.

A los pocos minutos un señor de avanzada edad y piel curtida por el tiempo apareció ante él. Una señora que andaba con dificultad llegó tras él. Luis les dijo que necesitaba hablar con ellos de un tema importante y le hicieron pasar a su salón. 

Cuando empezó su relato y sacó toda la documentación de la carpeta,  pudo ver el nerviosismo del matrimonio. Reacios en un primer momento a escucharle, acabaron reconociendo que todo encajaba: fechas, lugares...

Las lágrimas asomaron a sus ojos, unos ojos azules y bondadosos, el mismo azul y la misma bondad que tenían los ojos de Luis. Había sido un niño robado y por fin estaba ante sus padres biológicos quienes siempre habían creído que su hijo había muerto 40 años atrás.

Los tres sabían que no iba a ser fácil, pero aún así iban a intentar recuperar el tiempo perdido.

 


Sandra 


SABIA QUE NO IBA A SER FÁCIL, PERO AÚN ASÍ...

Saqué las llaves del bolso y abrí el portal. Me temblaban las manos, mi corazón palpitaba desbocado, como si fuera a salirse de mi pecho. Subí por aquellas estrechas escaleras con lágrimas en los ojos. ¡Cuántas veces las había subido corriendo, sonriente! Con ilusión por llegar a aquel pisito tan coqueto y lleno de amor. 

Recuerdos felices porque allí estaba él, sonriendo, esperándome con un beso y preguntándome:

-¿Cómo te ha ido el día?

Pero ya no me esperaría más, yo tampoco tenía ganas de verlo. ¡Lo odiaba!

Mi cabeza no entendía lo que había sucedido. Seguíamos con la misma rutina, pero la tarde anterior no me había dado un beso, ni siquiera me preguntó por mi trabajo. De su dulce boca sólo salió un susurro:

-Tenemos que hablar.

-¿Qué pasa?- respondí yo.

-Me he enamorado de otra persona.

Ya no pude entender nada más de lo que decía, explicándose, justificándose, pidiéndome perdón.

Mis ojos se nublaron, llenos de lágrimas, me levanté y me fui a casa. Regresé a la mañana siguiente y acomodé mi ropa en una sola maleta. En otra bolsa de plástico guardé mis queridos vinilos de Serrat y de Sabina. No necesitaba nada más.

Volví la vista atrás y me despedí de aquel lugar, en donde había sido feliz.

Tenía que luchar para recomponerme porque ya no iba a llorar más.


Teresa

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