Relato inspirado en la frase: Recuerdo que estabamos cerca de la casa cuando...
RECUERDO QUE
ESTABAMOS CERCA DE LA CASA CUANDO
Estábamos paseando mi nieto y yo por las afueras del pueblo,
cuando cerca de una casa abandonada oímos unos maullidos de gatitos pequeños.
Buscamos por las hierbas y al final los encontramos. Eran tres gatitos recién
nacidos. Mi nieto enseguida dijo:
- Los quiero coger, yo los cuidaré.
Así lo hicimos. Los cogimos y mi nieto les daba el biberón
cada tres horas por la noche y eso que debía de trabajar en hostelería, pero a
él no le importaba tal sacrificio. Yo los cuidaba durante el día, y de esta
manera se hicieron grandes. Aún viven y son una preciosidad. Yo tengo una
gatita y mi nieto se quedó con los dos gatitos.
Recuerdo que estaba cerca de casa cuando miré mi bolso y me
di cuenta que había dejado el test que me mandó rellenar la psicóloga.
Tuve que recurrir a ella aconsejada de mi mejor amiga que
sabía todo de mi vida.
Ya de pequeña, con solo diez años, me quedé sin madre. Mi
padre se volvió a casar y ahí empezaron los maltratos de aquella mujer. Delante
de mi padre fingía quererme. Cuando él no estaba me insultaba, me daba
empujones. Yo callaba. Un día pregunté a mi padre si podía ir a vivir con mi
abuela.
-Si lo prefieres…- contestó.
Ya en el nuevo hogar fui durante un tiempo feliz, iba a la
escuela, tenía amigas…
Pasados unos años conocí a un joven del que me enamoré. Él
parecía corresponderme, en poco tiempo decidimos casarnos. Yo pensaba haber
encontrado al principie azul. Qué equivocada estaba. Él no tenía ganas de
trabajar, y de lo que se encargaba era de buscarme a mi trabajo. Había días en
que trabajaba en tres sitios diferentes.
Llegué un día a casa muy cansada, me senté en el sillón, mis
piernas no podían más. El vino hacia mi gritando:
-¡Tienes que preparar la cena!
-Ahora no puedo.- contesté.
Su reacción fue darme dos bofetones.
Pensé que aquello no podía continuar así, pero me levanté e
hice la cena. Más tarde él se acostó dejándose el móvil en el sofá. Mientras yo
estaba limpiando los platos, oí el sonido de un wasap, salí al comedor pensando
que era el mío. La sorpresa fue que ese sonido era del móvil de mi marido, que
nunca se separaba de él.
Leí el mensaje, era de una tal Marta.
-Hola cariño, cómo lo pasamos tan bien juntos ¿Quedamos para
el viernes a la misma hora?
Abandoné la casa, me acogió mi amiga. Fue ella quien me dijo
que necesitaba ayuda. Me pidió cita y fui a la visita de esta famosa psicóloga.
Allí le conté casi toda mi vida, llorando y a veces riendo. Todo a la vez. Hoy
le entregaré el test.
Creo que seguiré yendo, tengo que terminar con esta terrible
ansiedad que me corroe.
Espero que llegue el dia en que mi vida de un giro y por fin pueda encontrar la felicidad.
Paquita
Recuerdo que estábamos cerca de la casa cuando empezó a anochecer. La casa había
pertenecido a un indiano paisano del pueblo que hizo fortuna en América, y al
regresar a España se construyó una casa y un jardín que eran la admiración de
los vecinos de aquel entonces. Con el paso de los años la adquirió el actual
propietario que la transformó en un hotel.
Bajamos del coche y nos dirigimos a recepción, allí nos dieron las llaves de la habitación y subimos al primer piso. Al abrir la puerta sentí una sensación desagradable y aunque la estancia era grande, con dos camas, armario, un mueble con TV y un gran balcón.
Aun así me seguía sintiendo a disgusto. Pensaba que quizás fueran
los muebles de estilo castellano muy oscuros los que me hacían estar inquieta,
pero eso no tenía sentido. – pensé.
Le
dije a mi marido que la habitación no me gustaba, aunque realmente no se le
podían poner peros y yo nunca he sido exigente.
-Pues
no está mal- dijo él.
-Tengo
una sensación extraña- respondí.
Así
dejamos las cosas, él se acostó en la cama pues llevaba muchas horas
conduciendo y estaba cansado. Yo me fui a la ducha. Entré en el cuarto de baño
y me metí en la bañera. No sé por qué pues estaba sola, pero corrí la cortina.
Mientras
me duchaba de repente tuve un miedo que no podía contener. Al otro lado de la
cortina alguien me estaba mirando. El pánico me ahogaba.
-
¡Jesús! - grité. Corrí la cortina, no había nadie, cogí la toalla y salí a toda
prisa.
-
¿Qué pasa? - dijo Jesús.
Le conté lo sucedido y se quedó pensativo. Qué podía decir. Yo tampoco quería hacer un drama. Me puse el pijama y me acosté en la otra cama. Jesús se había vuelto a dormir, afortunadamente yo también estaba cansada y me dormí pronto.
Era de madrugada, la habitación estaba a oscuras, no sé si mi mente seguía
despierta o en un duermevela, pero sentía que había una presencia a los pies de
mi cama que me miraba.
-¡Jesús!
¡Jesús! - quería llamarlo, pero no me salía la voz, quería alargar el brazo y
tocar su cama, pero no podía moverme. El miedo iba en aumento hasta que hice un
gran esfuerzo y pude alargar el brazo, y toqué su cama a la vez que lo llamaba.
Por fin se despertó, salí de la cama y abrí la luz. No había nadie más en la
habitación, sólo nosotros dos.
Le
conté lo que me había pasado y le pedí que nos fuéramos a casa, ya que hacía
muchos días que estábamos de viaje.
-Bien.
– contestó- después de desayunar nos iremos.
Tras
el desayuno cogimos las maletas y fuimos a recepción. Nos atendió una chica muy
amable, estuvimos unos momentos hablando con ella de lo bonito que era el
hotel, la conversación condujo a saber que hacía poco, en una de las
habitaciones había muerto la madre del dueño.
Quizás fue en la nuestra, y con razón nosotros unos okupas.
Isabel
Recuerdo que estábamos cerca de la casa
cuando comenzó a llover.
Habíamos
salido de excursión esa misma mañana bajo un cielo azul y lo que parecía iba a
ser un día soleado, se tornó poco a poco oscuro y gris. Llovía. Era una lluvia
fina que iba aumentando la intensidad y sin darnos cuenta, estábamos ya calados
hasta los huesos.
Caminamos
rápido hasta alcanzar la puerta de la casa que habíamos divisado en medio de la
lluvia. La puerta se abrió casi al instante. Su dueña, desde la ventana, había
visto nuestras linternas que nos ayudaban a avanzar en medio de la niebla y el agua. Nos invitó a pasar dentro de la casa,
proporcionándonos mantas que sustituyeran a nuestras chaquetas completamente
empapadas.
El ambiente
en el interior de la casa era muy hogareño. Una gran chimenea encendida
presidia el salón y hacía que la temperatura allí dentro fuese muy agradable.
A los pocos
minutos nuestros cuerpos dejaron de temblar y nos fuimos recomponiendo. De
repente un delicioso aroma a café recién hecho inundó toda la casa. La dueña
apareció en el salón con una bandeja de humeantes tazas de café que le
agradecimos simplemente con nuestra mirada.
A través de
la ventana podíamos ver cómo la lluvia seguía cayendo con fuerza y azotaba los
cristales. Unos cristales que separaban el tiempo frío y húmedo de fuera, del ambiente
que se respiraba en aquel salón, tan confortable y cálido.
Tras mantener
una pequeña charla, nos dimos cuenta de que la tormenta estaba cesando. La luz
que entraba por las ventanas era distinta. Aquellos nubarrones negros empezaban
a escampar dejando paso lentamente al mismo cielo azul que esa mañana nos
invitó a pasear por el bosque.
Podíamos ver
cómo los colores de la naturaleza ahora mojados por aquella intensa lluvia, se
veían mucho más bellos, más limpios, más intensos.
Decidimos
continuar nuestra ruta, no sin antes agradecer a la dueña de la casa su enorme
hospitalidad hacia nosotros.
Abrimos la
puerta y nos encontramos en medio de la montaña ante un enorme arcoíris que
cruzaba el cielo. Dejaba ver esos colores que solamente nos muestra cuando está
cesando la lluvia y los primeros rayos de sol que atraviesan esas últimas
gotas, hacen que la luz brille y genere un efecto multicolor ante nuestros
ojos.
Ahí recordé
que cuando aparece el arcoíris es el único momento en el que realmente tomo
conciencia de la forma completamente redonda del lugar en el que vivimos.
La propia
naturaleza nos demuestra de manera sencilla lo que a veces nosotros no podemos
ver.
Recorde que estaven prop de la casa quan el burret va decidir no caminar més.
Era molt bonic, però molt cabut i quan es parava no hi havia forma de fer-lo moure.
Jo passava una setmana d'estiu al mas en la meua
àvia paterna. Allí vivia la meua cosina que tenia la mateixa edat que jo i ho
passàvem molt bé. Ella era molt valenta i decidida i encara ho és.
La meua àvia
ens deixava treure al burret alguna vegada.
Anna, la meua cosina, el conduïa i el muntàvem les
dues: ella davant i jo darrera agafada a ella. Eixe dia havíem anat a un pinar
proper del mas que teníem prohibit. Deien que estava ple d'alacrans, però
nosaltres no féiem cas i a més a més, alçàvem les pedres per a
trobar-los.
Quan tornàvem a dinar el burret no va voler
caminar més. Jo vaig pujar a la riba del camí i la meua cosina amb el ramal a
la mà estirava al burro, li parlava, li pegava amb una vareta, però ell
continuava falcat. Quan l'animalet li va vindre de gust o li va entrar fam, va
decidir tornar a casa. Vam arribar tard a dinar i ens va caure una esbroncada
grossa.
Afortunadament, no sabien que havíem estat al pinar prohibit.
Teresa
Recuerdo que estábamos cerca de la casa cuando empezaron a
pasar coches de policías a gran velocidad.
Nos dirigíamos a casa de mi abuela para verla y estar un
rato con ella.
Me acompañaba mi prima Sofía y una amiga.
Llamamos a la puerta, mi abuela nos abrió, entramos y nos
preguntó qué estaba ocurriendo en la calle.
-No sabemos, será algún accidente. - contestamos.
Pusimos la televisión por si daban alguna noticia, pero de
momento nada. Después de unos minutos informaron del secuestro del hijo de una
famosa joyería de la ciudad. Se lo llevaron a punta de pistola, delante de sus
padres y algún cliente. De momento los secuestradores no daban ninguna señal. Y
así terminó todo.
Pasados unos días mi abuela, que siempre está informándose
de las noticias, tanto por la televisión como por los periódicos, me llamó para
decirme:
-Ya se han puesto en contacto con los padres, piden una
fuerte cantidad de dinero. La policía está investigando, tendrán los teléfonos
pinchados, es todo de momento. – me explicó.
Al cabo de unos días me dijo:
- Al fin han dado con los secuestradores. Estos avisaron a
los padres que dejaran el dinero colgado de una cuerda, dentro de un pozo
abandonado e inmediatamente entregarían a su hijo. Así lo hicieron, pero la
policía estaba camuflada por los alrededores. Se oía llegar un coche, eran
ellos, recogieron el dinero, pero el niño no estaba.
Los padres llegaron hasta su casa, en la puerta estaba
Christian, que así se llamaba el niño, sollozando.
Se abrazaron. Ya habían recuperado a su hijo.
La policía que había estado camuflada, habían cogido todos
los datos del coche, matricula, etc. Fue fácil arrestarlos.
Recuperaron el dinero y los secuestradores están cumpliendo
condena.
Moraleja: En esta vida, todo el mal que se hace, se paga.
Paquita.
UNA LUZ EN LA TORMENTA
Recuerdo que estábamos cerca de casa cuando empezó a llover a cántaros. Nos tuvimos que refugiar en el primer portal que encontramos y en el que cupiéramos los dos, aunque ya estábamos empapados de arriba abajo…
La sensación de humedad inundaba el ambiente y nosotros estábamos jadeando por la carrera que nos habíamos pegado para refugiarnos y no llegar a mojarnos. Sin embargo, el esfuerzo fue inútil. El agua que nos había caído se juntaba con el sudor de nuestros cuerpos, pero pronto empezamos a reír sin parar. Esa risa que viene sin motivo alguno, pero que contagia a cualquiera que nos estuviera observando, si es que había alguien asomado a la ventana del bloque de enfrente.
Enseguida, entre risa y risa, entre jadeo y jadeo, nos miramos a los ojos y nos fundimos en un abrazo, que nos hizo compartir nuestras ropas goteantes de aquella mezcla acuosa que se había formado en nosotros. El tiempo parecía haberse parado en ese momento y poco después un rayo de luz solar hacía vislumbrar la calma tras aquella tenebrosa y oscura tormenta, que había hecho anochecer antes de hora. Fue como el anuncio de algo nuevo, de algo que nos iba a alumbrar a partir de ese momento el resto de nuestros días.
Ocho meses y pico después se volvió a hacer la luz y una nueva lámpara, que creíamos imposible llegar a poseer algún día, y nos serviría de guía para siempre.
Ese rayo nos ayudó, aunque a veces se escondiera entre los nubarrones de truenos y relámpagos propios de todo adolescente.
Aaron
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